El sector privado, ¿enemigo?
Por Oniel Díaz
Hace unos días, la revista de cultura cubana La Jiribilla publicó el
artículo “¿Bombas de tiempo millonarias en Cuba?” firmado por Luis
Toledo Sande. En este material, el autor abordó el peligro que puede
representar para la Revolución y la construcción del socialismo en
Cuba la existencia de un sector privado sin regulaciones ni control de
algún tipo.
Esta cita del texto en cuestión resume su tesis central: “Pensar que
no se debe poner límites al enriquecimiento, o al menos controlarlo,
supone abogar por una libertad de empresa que no llevaría a tener un
sector privado que, además de obtener sus ganancias, sirva al
desarrollo del país con afán socialista”.
Si bien esta preocupación es totalmente verídica, discrepo en varias
cuestiones argumentadas por el autor. La fórmula “control, exigencia y
disciplina”, única opción de política hacia el trabajo por cuenta
propia, que se repite hasta el cansancio y que se asume en la
publicación, ha demostrado su insuficiencia para hacer que el país se
ponga en la línea de arrancada de la carrera hacia el desarrollo.
Abordar el fenómeno del sector privado en Cuba desde una arista
política, requiere considerar adecuadamente las condiciones reales del
mundo en que vivimos y no de aquel en el que creemos vivir.
Insistir a esta altura en desconocer la aspiración de las personas a
prosperar y a tener mejores condiciones de vida, es, precisamente, un
craso error político. El artículo falla en ese sentido al afirmar que
“…sería ingenuo imaginar que quienes se hagan de negocios particulares
estarán pensando primordialmente en asegurar la construcción del
socialismo y no en fomentar sus ingresos personales o familiares”.
La preocupación de asegurarse la vida y prosperar está presente en
todos y cada uno de los habitantes de este planeta. ¿O los
trabajadores de nuestras empresas estatales concurren a sus deberes
laborales únicamente por vocación socialista? ¿Optaría entonces el
autor por eliminar los salarios para contribuir al ahorro nacional?
Estoy seguro de que no. Es hora de que, sin convertirlos en nuestro
credo, se acepte que el interés y las necesidades materiales de las
personas son fuerzas que operan en nuestra sociedad.
El problema a enfrentar en Cuba en cuanto a la economía de mercado no
es la existencia de un sector privado que haya copado los espacios
políticos imponiendo su agenda por encima de intereses nacionales ni
que conspire con intereses foráneos para subvertir el orden interno.
Mucho menos que haya ocurrido un proceso de privatizaciones al mejor
estilo neoliberal. Si tenemos un sector privado con los defectos que
todos conocemos es porque no hemos sido capaces de garantizarle un
marco legal y condiciones que, además de establecer las lógicas
restricciones, defina reglas de juego claras y que fomenten su
desempeño saludable.
Por supuesto que las cosas no son tan sencillas; persisten
contradicciones reales de la economía nacional que son difíciles de
resolver. Pero en el fondo yace un hecho: no se termina de asumir al
sector privado como un actor económico de grandes potencialidades y
que tiene que mucho por aportar.
Mientras no se supere el criterio de que el cuentapropismo es válido
únicamente como mecanismo para generar empleo y para liberar al Estado
de cuestiones de importancia menor, no podremos avanzar.
La toxicidad de una economía de mercado libérrima está más que
demostrada. Pero igualar en el debate a las gigantescas
transnacionales con las pequeñas empresas y los cuentapropistas es una
exageración. Las últimas siguen siendo las fórmulas organizativas de
producción más extendidas, y son protegidas en varios países. Se
pueden mencionar como ejemplos, además de China y Vietnam, no pocas
naciones de nuestra área e incluso con gobiernos progresistas o de
izquierda.
La CEPAL, organismo internacional que Cuba preside desde hace unas
semanas, tiene investigaciones y recomendaciones políticas claras de
cuánto pueden las pequeñas empresas y los trabajadores autónomos
contribuir al desarrollo, la prosperidad, y cómo emplearlas para
disminuir brechas de desigualdad.
Hay que saber mirar hacia el exterior sin complejos y estar dispuestos
a aprender de cualquier experiencia valiosa. Contrario a esto, Toledo
Sande no reconoce los resultados de China y Vietnam en su tratamiento
a la economía de mercado ya que el modo de producción asiático “es tan
ajeno a la cultura del país como la realidad sueca (…)”.
¿De dónde salió el socialismo que adoptó como modelo este país? ¿Acaso
tenía Cuba en 1961 alguna similitud con la Alemania del siglo XIX o la
Rusia zarista? El conocimiento humano, la mayor riqueza que hemos
creado como especie, se construyó sumando e integrando los aportes de
las diferentes civilizaciones que han poblado el planeta a lo largo de
su historia.
En cambio, en el debate se prefiere oponer al sector estatal y el
privado al afirmar que “…no basta que numéricamente la propiedad
social sea básica: es indispensable que resulte eficiente y que la
privada no le pase por encima ni en los hechos ni a nivel simbólico”.
Esta filosofía de la “competencia” no es saludable para Cuba y resulta
totalmente estéril. Ni la empresa estatal es necesariamente igual a
socialismo, ni la empresa privada es el epítome del mal.
Que las industrias estratégicas permanezcan en manos del Estado no
contradice la necesidad de que ambos sectores se integren para
impactar en el crecimiento y desarrollo de este. Esa debería ser la
principal preocupación, cuidando especialmente que los grupos sociales
más desfavorecidos se beneficien también.
Un elemento inexacto de los críticos cubanos del papel del mercado, y
que emplea Toledo Sande en su análisis, es vincular la desaparición de
la URSS a las reformas orientadas hacia el mercado que se realizaron
en ese país durante la Perestroika. Ese proceso no puede simplificarse
de esa manera. Las causas del desastre fueron más diversas, algunas de
las cuales, por cierto, también llevan años reproduciéndose lentamente
en nuestro país.
Sin apego a lo sucedido en la URSS, se intenta establecer que los
pequeños empresarios fueron los que se repartieron el enorme aparato
empresarial soviético y causaron el derrumbe. Nada más lejos de la
verdad.
Quienes se erigieron de un día para otro como poderosos empresarios
multimillonarios fueron los burócratas, los directivos “socialistas” y
toda una pléyade de funcionarios que de ser defensores de una sociedad
proletaria pasaron a ser típicos capitalistas. De este hecho, el autor
extrae una conclusión incorrecta. Al sector privado no hay que
controlarlo por este motivo, porque los que se repartirían el país si
se diera una transición capitalista en Cuba no están en la paladar de
la esquina, ni detrás del volante de un almendrón.
Esto es algo que el autor de “Bombas…” sabe muy bien.
Espero que una afirmación tan inexacta no tenga la intención de
levantar sospechas contra las personas de altos ingresos. Este es otro
camino políticamente errado. Visibiliza además una contradicción:
¿Preferimos a los “ricos” extranjeros? ¿A ellos sí les damos garantías
y condiciones para abrir sus negocios? ¿Acaso no opera en esos casos
la plusvalía extraída del trabajo de sus empleados cubanos? ¿El sector
privado cubano es una bomba de tiempo contra el socialismo, y a
nuestros capitalistas proveedores extranjeros les agradecemos la
confianza cada año en la Asamblea Nacional por esperar a que cumplamos
el pago de nuestras deudas?
Es antipatriótico y un motivo de vergüenza nacional que se prefiera
contratar a una empresa extranjera cuando se puede obtener el mismo
servicio a través de un cubano trabajando por su cuenta, o incluso
mediante otra empresa estatal. Hay casos de sobra para sostener esta
afirmación.
Urgen coherencia y pragmatismo en Cuba. No hablo de dirigir el país
con parámetros técnicos como si fuera una empresa. Pero hay que
desterrar el “subjetivismo politicista” como refiriera el Dr. Oscar
Fernández en un comentario enviado a La Jiribilla con motivo de
“Bombas…” para referirse al daño que nos ha hecho y nos sigue haciendo
la subestimación de las ciencias y realidades económicas.
Tal parece que ha surgido en el último año un miedo atroz al
desarrollo del sector privado y cooperativo en Cuba. Quienes los
critican como herramientas ineficaces para Cuba, ¿qué tienen que
ofrecer como alternativa? ¿Cincuenta años más de centralización
excesiva y tirar por la borda los lineamientos y la conceptualización
del modelo económico que le ha costado años de discusión a este país?
¿Ampliar con fuerza el experimento de las cooperativas no
agropecuarias? ¿Propondrán fórmulas que vayan en la dirección de
socializar verdaderamente las empresas estatales, donde los
trabajadores elijan a sus directivos y puedan decidir realmente sobre
todos los asuntos de las empresas?
La hora de los debates se está acabando.
No se trata de entregar el país a las leyes del mercado, sino de
usarlas. Si Toledo Sande dice con razón que las leyes de la plusvalía
existen en Cuba y que no se pueden ignorar, hacerlo con las leyes del
mercado puede tener también consecuencias catastróficas.
Si queremos sacar a Cuba del hoyo económico en el que está, tendremos
que aprender a dominar las fuerzas del mercado de la misma manera en
que los humanos aprendieron a dominar el fuego hace millones de años.
Total
Caribbean Experince S.A<totalcaribbean@enet.cu>
Ayer, 04:58
p.m.
saludos more
Luis M. Morejón
El sector privado, ¿enemigo?
Por Oniel Díaz
Hace unos días, la revista de cultura cubana La Jiribilla publicó el
artículo “¿Bombas de tiempo millonarias en Cuba?” firmado por Luis
Toledo Sande. En este material, el autor abordó el peligro que puede
representar para la Revolución y la construcción del socialismo en
Cuba la existencia de un sector privado sin regulaciones ni control de
algún tipo.
Esta cita del texto en cuestión resume su tesis central: “Pensar que
no se debe poner límites al enriquecimiento, o al menos controlarlo,
supone abogar por una libertad de empresa que no llevaría a tener un
sector privado que, además de obtener sus ganancias, sirva al
desarrollo del país con afán socialista”.
Si bien esta preocupación es totalmente verídica, discrepo en varias
cuestiones argumentadas por el autor. La fórmula “control, exigencia y
disciplina”, única opción de política hacia el trabajo por cuenta
propia, que se repite hasta el cansancio y que se asume en la
publicación, ha demostrado su insuficiencia para hacer que el país se
ponga en la línea de arrancada de la carrera hacia el desarrollo.
Abordar el fenómeno del sector privado en Cuba desde una arista
política, requiere considerar adecuadamente las condiciones reales del
mundo en que vivimos y no de aquel en el que creemos vivir.
Insistir a esta altura en desconocer la aspiración de las personas a
prosperar y a tener mejores condiciones de vida, es, precisamente, un
craso error político. El artículo falla en ese sentido al afirmar que
“…sería ingenuo imaginar que quienes se hagan de negocios particulares
estarán pensando primordialmente en asegurar la construcción del
socialismo y no en fomentar sus ingresos personales o familiares”.
La preocupación de asegurarse la vida y prosperar está presente en
todos y cada uno de los habitantes de este planeta. ¿O los
trabajadores de nuestras empresas estatales concurren a sus deberes
laborales únicamente por vocación socialista? ¿Optaría entonces el
autor por eliminar los salarios para contribuir al ahorro nacional?
Estoy seguro de que no. Es hora de que, sin convertirlos en nuestro
credo, se acepte que el interés y las necesidades materiales de las
personas son fuerzas que operan en nuestra sociedad.
El problema a enfrentar en Cuba en cuanto a la economía de mercado no
es la existencia de un sector privado que haya copado los espacios
políticos imponiendo su agenda por encima de intereses nacionales ni
que conspire con intereses foráneos para subvertir el orden interno.
Mucho menos que haya ocurrido un proceso de privatizaciones al mejor
estilo neoliberal. Si tenemos un sector privado con los defectos que
todos conocemos es porque no hemos sido capaces de garantizarle un
marco legal y condiciones que, además de establecer las lógicas
restricciones, defina reglas de juego claras y que fomenten su
desempeño saludable.
Por supuesto que las cosas no son tan sencillas; persisten
contradicciones reales de la economía nacional que son difíciles de
resolver. Pero en el fondo yace un hecho: no se termina de asumir al
sector privado como un actor económico de grandes potencialidades y
que tiene que mucho por aportar.
Mientras no se supere el criterio de que el cuentapropismo es válido
únicamente como mecanismo para generar empleo y para liberar al Estado
de cuestiones de importancia menor, no podremos avanzar.
La toxicidad de una economía de mercado libérrima está más que
demostrada. Pero igualar en el debate a las gigantescas
transnacionales con las pequeñas empresas y los cuentapropistas es una
exageración. Las últimas siguen siendo las fórmulas organizativas de
producción más extendidas, y son protegidas en varios países. Se
pueden mencionar como ejemplos, además de China y Vietnam, no pocas
naciones de nuestra área e incluso con gobiernos progresistas o de
izquierda.
La CEPAL, organismo internacional que Cuba preside desde hace unas
semanas, tiene investigaciones y recomendaciones políticas claras de
cuánto pueden las pequeñas empresas y los trabajadores autónomos
contribuir al desarrollo, la prosperidad, y cómo emplearlas para
disminuir brechas de desigualdad.
Hay que saber mirar hacia el exterior sin complejos y estar dispuestos
a aprender de cualquier experiencia valiosa. Contrario a esto, Toledo
Sande no reconoce los resultados de China y Vietnam en su tratamiento
a la economía de mercado ya que el modo de producción asiático “es tan
ajeno a la cultura del país como la realidad sueca (…)”.
¿De dónde salió el socialismo que adoptó como modelo este país? ¿Acaso
tenía Cuba en 1961 alguna similitud con la Alemania del siglo XIX o la
Rusia zarista? El conocimiento humano, la mayor riqueza que hemos
creado como especie, se construyó sumando e integrando los aportes de
las diferentes civilizaciones que han poblado el planeta a lo largo de
su historia.
En cambio, en el debate se prefiere oponer al sector estatal y el
privado al afirmar que “…no basta que numéricamente la propiedad
social sea básica: es indispensable que resulte eficiente y que la
privada no le pase por encima ni en los hechos ni a nivel simbólico”.
Esta filosofía de la “competencia” no es saludable para Cuba y resulta
totalmente estéril. Ni la empresa estatal es necesariamente igual a
socialismo, ni la empresa privada es el epítome del mal.
Que las industrias estratégicas permanezcan en manos del Estado no
contradice la necesidad de que ambos sectores se integren para
impactar en el crecimiento y desarrollo de este. Esa debería ser la
principal preocupación, cuidando especialmente que los grupos sociales
más desfavorecidos se beneficien también.
Un elemento inexacto de los críticos cubanos del papel del mercado, y
que emplea Toledo Sande en su análisis, es vincular la desaparición de
la URSS a las reformas orientadas hacia el mercado que se realizaron
en ese país durante la Perestroika. Ese proceso no puede simplificarse
de esa manera. Las causas del desastre fueron más diversas, algunas de
las cuales, por cierto, también llevan años reproduciéndose lentamente
en nuestro país.
Sin apego a lo sucedido en la URSS, se intenta establecer que los
pequeños empresarios fueron los que se repartieron el enorme aparato
empresarial soviético y causaron el derrumbe. Nada más lejos de la
verdad.
Quienes se erigieron de un día para otro como poderosos empresarios
multimillonarios fueron los burócratas, los directivos “socialistas” y
toda una pléyade de funcionarios que de ser defensores de una sociedad
proletaria pasaron a ser típicos capitalistas. De este hecho, el autor
extrae una conclusión incorrecta. Al sector privado no hay que
controlarlo por este motivo, porque los que se repartirían el país si
se diera una transición capitalista en Cuba no están en la paladar de
la esquina, ni detrás del volante de un almendrón.
Esto es algo que el autor de “Bombas…” sabe muy bien.
Espero que una afirmación tan inexacta no tenga la intención de
levantar sospechas contra las personas de altos ingresos. Este es otro
camino políticamente errado. Visibiliza además una contradicción:
¿Preferimos a los “ricos” extranjeros? ¿A ellos sí les damos garantías
y condiciones para abrir sus negocios? ¿Acaso no opera en esos casos
la plusvalía extraída del trabajo de sus empleados cubanos? ¿El sector
privado cubano es una bomba de tiempo contra el socialismo, y a
nuestros capitalistas proveedores extranjeros les agradecemos la
confianza cada año en la Asamblea Nacional por esperar a que cumplamos
el pago de nuestras deudas?
Es antipatriótico y un motivo de vergüenza nacional que se prefiera
contratar a una empresa extranjera cuando se puede obtener el mismo
servicio a través de un cubano trabajando por su cuenta, o incluso
mediante otra empresa estatal. Hay casos de sobra para sostener esta
afirmación.
Urgen coherencia y pragmatismo en Cuba. No hablo de dirigir el país
con parámetros técnicos como si fuera una empresa. Pero hay que
desterrar el “subjetivismo politicista” como refiriera el Dr. Oscar
Fernández en un comentario enviado a La Jiribilla con motivo de
“Bombas…” para referirse al daño que nos ha hecho y nos sigue haciendo
la subestimación de las ciencias y realidades económicas.
Tal parece que ha surgido en el último año un miedo atroz al
desarrollo del sector privado y cooperativo en Cuba. Quienes los
critican como herramientas ineficaces para Cuba, ¿qué tienen que
ofrecer como alternativa? ¿Cincuenta años más de centralización
excesiva y tirar por la borda los lineamientos y la conceptualización
del modelo económico que le ha costado años de discusión a este país?
¿Ampliar con fuerza el experimento de las cooperativas no
agropecuarias? ¿Propondrán fórmulas que vayan en la dirección de
socializar verdaderamente las empresas estatales, donde los
trabajadores elijan a sus directivos y puedan decidir realmente sobre
todos los asuntos de las empresas?
La hora de los debates se está acabando.
No se trata de entregar el país a las leyes del mercado, sino de
usarlas. Si Toledo Sande dice con razón que las leyes de la plusvalía
existen en Cuba y que no se pueden ignorar, hacerlo con las leyes del
mercado puede tener también consecuencias catastróficas.
Si queremos sacar a Cuba del hoyo económico en el que está, tendremos
que aprender a dominar las fuerzas del mercado de la misma manera en
que los humanos aprendieron a dominar el fuego hace mill