Este lunes se cumplen 42 años de la muerte de Francisco Franco, ¿pero realmente murió el “Caudillo” ese día?
Antonio
Piga, referencia de la medicina forense en España, hijo y nieto de
forenses de prestigio, profesor emérito de 78 años, habla de su rol como
embalsamador y último testigo de la muerte de Francisco Franco con el
diario español El Confidencial Piga ofrece suficientes datos
históricos como para hacer tambalear una de las fechas más icónicas del
siglo XX español: el 20 de noviembre.
El 21 de octubre de 1975 se
produce la primera nota de prensa de la Casa Civil para atajar los
rumores sobre el estado de salud de Franco: “En el curso de un proceso
gripal, Su Excelencia el Jefe del Estado ha sufrido una crisis de
insuficiencia coronaria aguda que está evolucionando satisfactoriamente,
habiendo comenzado ya su rehabilitación y parte de sus actividades
habituales. A las diecinueve horas del día de hoy, Su Excelencia el Jefe
del Estado recibió en su despacho al presidente del Gobierno, con quien
mantuvo una conversación de cuarenta y cinco minutos”.
Sin
embargo, ese mismo día había arrancado el operativo secreto para el
embalsamamiento del Caudillo. Vicente Pozuelo, médico personal de
Franco, contactó con Antonio Piga, entonces Director del Centro Nacional
de Especialidades Quirúrgicas. “Me dijo confidencialmente que Franco
estaba muy mal, y que hablara con mi padre (Bonifacio Piga, catedrático
de Medicina Legal) por si quería dirigir el embalsamamiento”, cuenta
Antonio Piga.
Los Piga (padre e hijo) se pusieron en marcha:
“Compramos discretamente el material necesario para el embalsamamiento
(batas, instrumental, líquidos, maquillaje cadavérico, bomba de
inyección) y lo metimos en dos maletas enormes que escondimos en el
maletero de mi coche”. A instancias de las autoridades, se optó por un
embalsamamiento para un cuerpo que estaría expuesto al público unos días
(es decir, que los detalles de la futura capilla ardiente en el Palacio
Real también estaban en marcha). La idea de hacer un embalsamamiento
permanente a lo Stalin o Evita —mucho más laborioso— se descartó desde
el principio.
A partir de entonces, y hasta la noche del 20 de
noviembre, la misión de Antonio Piga consistió en esperar una llamada de
teléfono: “Tenía que estar localizable a cualquier hora” —recuerda—, lo
que no era tan sencillo: no contaba ni con móvil (era 1975) ni con
coche: “No lo usaba por miedo a que me lo robasen o a tener un
accidente: en el maletero llevaba productos potencialmente tóxicos”.
Luego
llegaría —2 de noviembre— un momento dantesco del que Piga no fue
testigo, pero que es necesario recordar para comprender las condiciones
del ingreso hospitalario de Franco: la rocambolesca operación a vida o
muerte en un quirófano improvisado en un cuartucho del Palacio de El
Pardo, que incluyó: a) el traslado del Caudillo —desnudo y con una
hemorragia descontrolada— envuelto en una alfombra (la camilla era más
ancha que un tramo de las escaleras) y b) un apagón de plomos en plena
intervención. Pese a todo, Franco sobrevivió, pero no quedó más remedio
que dejar de aparentar normalidad e internar al enfermo (ya medio
moribundo) en el hospital La Paz.
La llamada de teléfono más
esperada llegaría el 19 de noviembre a las 10 de la noche. “Vicente
Pozuelo nos dijo que nos preparásemos para salir hacia La Paz en cuanto
recibiéramos otra llamada”, recuerda Piga. El segundo telefonazo llegó
exactamente a las 00:00 horas del 20 de noviembre. Llegaron al hospital
media hora después y tras sortear a la prensa por la puerta de atrás.
Igual
pensaban que anunciando la muerte de madrugada amortiguaban su impacto y
mitigaban las posibles protestas, ya que le pillaría a casi todo el
mundo en la cama
Cuando entraron en la habitación de Franco (00:40
horas), se llevaron la primera sorpresa: nada hacía indicar que allí
hubiera muerto alguien hacía pocos minutos, sino más bien hacía unas
horas. “La habitación estaba vacía, libre de aparatos, y Franco estaba
desnudo sobre la cama cubierto con una sábana. Habían sacado de la
habitación todo lo que se podía sacar más allá de lo estructural de
cualquier habitación de hospital”, aclara Piga. Ni rastro de los
aparatos que habían mantenido con vida a Franco durante su larga agonía.
“Nos
quedamos allí los cuatros solos”. O sea, Antonio Piga, su padre, el
doctor Modesto Martínez-Piñeiro, antiguo director del Instituto
Anatómico Forense, y Antonio Haro Espín, especialista en anatomía y
embalsamamientos. El equipo procedió: inyecciones intraarteriales del
líquido conservador (mezcla de formaldehído, agua y alcohol) en las
carótidas de Franco y evacuación de sangre venosa, no sin algunos
problemas para evitar fugas por los vasos seccionados: “No es que el
cuerpo estuviera en mal estado, pero habría sufrido varias operaciones
quirúrgicas”, aclara el doctor.
Comprobado que el líquido
conservador funcionaba —endurecimiento de los tejidos del finado— dieron
la operación por terminada y miraron el reloj: eran alrededor de las
cuatro de la madrugada del 20 de noviembre. “Cuando lo embalsamé,
llevaba varias horas muerto”, asegura tajante Piga.
El acta
notarial del fallecimiento de Franco aseguró lo siguiente: “Su
Excelencia el Jefe del Estado, Don Francisco Franco Bahamonde, ha
fallecido en la Residencia Sanitaria de la Paz de la Seguridad Social,
de Madrid, a las cinco horas y veinticinco minutos del día veinte de
noviembre por parada cardiaca, como episodio final de un shock tóxico
por peritonitis. […] Firmado: Doctor Vicente Pozuelo Escudero”. El acta
estaba firmada por, entre otros, el Presidente del Gobierno (Carlos
Arias Navarro). La segunda diligencia fue firmada por el Príncipe de
España, Juan Carlos de Borbón y Borbón.
Si hacemos caso al acta
oficial de la muerte, Franco fue embalsamado (4:00 horas) hora y media
antes de morir (5:25 horas). Algo había que hacer con la certificación
del embalsamamiento.
“Pues sinceramente no me acuerdo de qué
autoridad nos pidió que cambiáramos el acta, quizá fue Pozuelo, pero
insisto en que no lo recuerdo; lógicamente tuvimos que cuadrar la hora
del acta de embalsamamiento para que la hora de la muerte fuera
verosímil”, cuenta Piga 42 años después.
Dicho y hecho: según la
documentación oficial, el embalsamamiento de Franco comenzó a las 5:30 y
acabó a las 10 de la mañana. Pero esa cronología era absolutamente
imposible, pues el equipo de embalsamadores había salido de La Paz a las
6 de la mañana camino de la iglesia de El Pardo para asistir a una misa
“de cuerpo presente” con Carmen Polo, viuda de Franco.
Tuvimos que cuadrar la hora del acta de embalsamamiento para que la hora de la muerte fuera verosímil
¿Que
por qué el franquismo decidió que Franco se muriera el día 20 en lugar
del 19? He aquí una pregunta que tiene varias respuestas posibles, al
igual que la cuestión sobre el alargamiento artificial de la vida del
dictador, que como poco sirvió para preparar con calma el día después,
ese dejarlo todo “atado y bien atado” del que hablaba Franco de vez en
cuando.
Cuenta la leyenda que alguien decidió que Franco muriera
el mismo día que José Antonio Primo de Rivera (20-N), aunque el doctor
Piga tiene otra teoría —“maquiavélica, si se quiere”— que quizá se
ajuste mejor a la inestable coyuntura política del momento:
“Igual
pensaban que anunciando la muerte de madrugada amortiguaban su impacto y
mitigaban las posibles protestas, ya que le pillaría a casi todo el
mundo en la cama. O no…”. El médico, por tanto, se muestra muy cauto a
la hora de valorar los motivos ocultos; sabe que la fuerza de su
testimonio radica en limitarse a contar lo que vivió como testigo
directo.
“Tampoco me atrevo a dar una hora exacta del
fallecimiento, pero es evidente que Franco murió varias horas antes del
20 de noviembre”, zanja Piga.