No es que midamos la eficiencia o inteligencia de nuestros presidentes por el número de veces que ríen, pero es indudable que una buena carcajada, espontánea y sin restricciones es un síntoma de una buena salud mental y de un correcto nivel de empatía.
Nuestro actual presidente al parecer no es nada amigo de las bromas sobre todo cuando están referidas a él mismo, y no lo imaginamos actuando en esa reunión anual de los corresponsales de prensa en Washington, a la última no asistió alegando sus problemas con las fake news. Por otra parte, en realidad la cosa no le ha ido como para estarse riendo.
En mi criterio no es un problema de salud mental pero sí uno de empatía, que sale a la luz y se evidencia cuando se ve obligado, por su cargo, a tratar con personas que han sufrido pérdidas materiales o de sus seres queridos, sean por catástrofes naturales o las provocadas por los hombres.
Otro elemento que evidencia esa falta de empatía es que detesta el simple y tradicional acto, en el mundo occidental, de darse las manos. El mismo ha dicho en uno de sus libros[1] que es un acto barbárico y que solo sirve para transmitir enfermedades, con ello declaró su fobia a los gérmenes, lo cual no sé cómo se corresponde con sus raros apretones de manos, que resultan muy largos o muy fuertes o de alguna forma anormales.
Ahora tenemos un presidente que nunca ríe pero que con ello no nos hace reír a nosotros como era el caso de Buster Keaton.