Cuando
el primer ministro de Israel David Ben Gurion quiso trasladar la
capital de Israel desde Tel Aviv a Jerusalén en 1949, es decir un año
después de la creación del estado judío, varios miembros de su gobierno
le dijeron que era una provocación, especialmente una provocación
dirigida contra los de Estados Unidos.
Sesenta y ocho años
después, Donald Trump ha decidido dar un carpetazo al consenso
internacional y declarar Jerusalén como capital de Israel. Eso no
significa que vaya a trasladar la embajada de Tel Aviv inmediatamente,
pero despeja el camino para una decisión ulterior en ese sentido del
propio Trump o de alguno de los futuros inquilinos de la Casa Blanca.
Ha
habido unas cuantas protestas en las últimas horas. Destacaremos las de
Francia, el Reino Unido y Alemania, aunque se trata de dos de los
países que más han hecho para que se llegue a la actual situación, en la
que un estado palestino en el 22 por ciento de la Palestina histórica
parece más imposible de concretar que nunca.
Francia,
el Reino Unido y Alemania, con su ciega ayuda a Israel y a la
ocupación, algo que no es nuevo, que no es una cosa de meses, sino que
prácticamente arranca con la misma creación de Israel, han contribuido
como ningún otro país, descontando Estados Unidos, a impulsar la
política exterior de otro país, Israel, obrando en contra de los
intereses de Europa.
En los próximos días, Benjamín
Netanyahu viajará a Bruselas invitado por la UE, y hablará delante de
los mismos representantes europeos que en su inmensa mayoría son quienes
han apoyado a los líderes de Francia, el Reino Unido y Alemania para
consolidar la ocupación de los territorios palestinos ocupados en la
guerra de 1967.
Más allá de los incidentes que puedan producirse a
corto plazo, están los incidentes recurrentes que se producirán en
Europa como consecuencia de la decisión de Trump y de la pasividad
europea. La cuestión palestina, la injustica atroz que se practica desde
hace 70 años contra los palestinos, suscita innumerables problemas que
trascienden más allá de Oriente Próximo. Todo el mundo lo sabe pero
nadie mueve un dedo para remediarlo.
Si los
europeos tuvieran un mínimo interés en que haya justicia en el mundo
hace muchos años que habrían adoptado algunas medidas coercitivas para
resolver el conflicto. No lo han hecho debido a su corta perspectiva y
al apego a la comodidad de no hacer nada a pesar que por ello se está
pagando un elevado precio
Israel
se mueve a sus anchas ante esa pasividad y tiene la fuerza suficiente
para determinar las prioridades de los occidentales. Ahora el tema más
urgente es Irán. Hoy mismo Netanyahu ha dicho en Jerusalén que ha
llegado el momento de actuar contra Teherán. Los europeos se han
resistido durante algún tiempo a las directrices de Netanyahu pero si
también tienen que soportar la presión de Trump, este asunto no podrá
aguantar mucho más.
Conforme pasa el tiempo se ve
con claridad que la madre del problema no es tanto Israel como la
indolencia europea. Israel defiende sus intereses con uñas y dientes
mientras que los europeos no lo hacen sino que permiten que Israel siga
haciendo lo que se le antoja aunque sea a costa de pagar un elevado
precio en Europa.